Se suele decir que en la vida se gana y se pierde, aunque a nadie le gusta perder, especialmente cuando de una competencia se trata, haya poco o mucho en juego. En una elección de autoridades, los postulantes se preparan y buscan ganarse al electorado a través de propuestas, promesas o descalificaciones hacia los otros competidores. El modo en que se desarrolle el proselitismo de cada uno puede proporcionar una idea de cómo es cada candidato y de qué podría llegar a hacer si ocupase un espacio de poder. El domingo pasado se iniciaron en Salta las Primarias Abiertas Simultáneas Obligatorias (PASO); hoy les toca el turno a Santa Fe y a Mendoza, que elegirán los candidatos a gobernador y vice, senadores y diputados provinciales.
A las pocas horas de concluidos los comicios salteños, uno de los principales postulantes, que quedó relegado a un segundo lugar, mucho más distante del primero de lo que él esperaba, afirmó públicamente que se había cometido fraude en sistema de voto electrónico. Sin embargo, autoridades del Tribunal Electoral de esa provincia dijeron que no habían recibido ninguna denuncia de fraude en ninguna mesa, así como tampoco hubo denuncias durante el acto electoral. Admitió que el candidato perdedor en las PASO había efectuado una presentación en la que señalaba falencias en el sistema electrónico y solicitaba la restauración del voto en papel para las elecciones generales.
Apelar a la denuncia de fraude para deslegitimar la victoria del contrincante suele ser bastante frecuente en las elecciones para elegir autoridades provinciales y nacionales, actitud que ha comenzado cambiar hace ya un tiempo en países vecinos, como Chile. En enero de 2010, Sebastián Piñera se convirtió en el primer presidente de derecha elegido en Chile desde 1958, al derrotar por una mínima diferencia del 3% al senador oficialista y ex presidente Eduardo Frei. Fue la primera derrota electoral de la Concertación, la coalición de centroizquierda, liderada por los partidos Demócrata Cristiano y Socialista, que gobernaba Chile ininterrumpidamente desde la recuperación de la democracia, en 1990. Apenas conocida su victoria, Piñera convocó a la unidad y prometió no hacer “tabla rasa” con “todo lo bueno que hicieron los gobiernos de la Concertación en estos 20 años”. Mientras, el oficialista Frei reconoció rápidamente su derrota. No se difundieron denuncias de fraude electoral. Al día siguiente, la entonces presidenta Michelle Bachelet fue con su vocera a desayunar con el presidente electo y su esposa a su residencia.
En nuestro país, es poco probable que una actitud cívica de ese nivel suceda. En Tucumán, la campaña electoral -faltan más de cuatro meses para los comicios provinciales- se ha visto empañada por amenazas y tiroteos, lo cual refleja que para algunos sectores hay cosas muy importantes en juego que se apela a violencia para amedrentar, hechos que, por cierto, deben investigados hasta hallar a sus responsables y sancionarlos con todo el rigor de la ley.
Si bien la posibilidad de hacer trampa en un proceso electoral es una realidad, sobre todo teniendo en cuenta que la picardía y la transgresión forman parte de nuestra idiosincrasia, sería importante que aprendiéramos a ser buenos perdedores y no recurrir a las consabidas acusaciones de timo electoral. Si ello ocurriera, habríamos dado un paso adelante de madurez cívica y dirigencial en estos 32 años de democracia. “Si los perdedores consiguen sacar partido de lo que les enseñan sus adversarios, entonces sí, los perdedores, a la larga, pueden ser los ganadores”, sostiene el escritor David Mitchell.